Décadas de vida me forjaron hijo, hombre, padre, ciudadano, argentino, peron/social/progres/ista y algo radical.
También me han creado heridas, cicatrices, y otras yerbas devenidas en corazón roto, bolsillos con pelusas y papeles de caramelos.
Durante años, me mantuve ausente de mi pasado, oculto de mi presente y desvelado por mi futuro.
Luego de cansadas noches frente a una sombra en la pared, deformada por la silueta de un vaso en la mano y la luz tímida de un cigarrillo en la otra, encontré nuevos caminos.
Trazados, sugeridos y hasta empujado hacia algunos de ellos, por una presencia «que burbujea en mi piel y me hace mas querendón…»
Debido a esto, comencé a aprender a ordenar las pastillas de pasado, los ovillos de presente y esos suaves paños de futuro.
Después de 10 años de ausencia mutua entre la última parte de mi raíz genética y mi inconsciente a la defensiva, nos reunimos para un día de celebración mundana y marketinera de esas en donde se regalan cosas para decir lo que huelga en las palabras.
Un año y medio de oportunidades me regaló ese encuentro con una de las tapas del molde donde fui concebido (la que aún quedaba presente).
Un año y medio del que solo pude, supe, aproveché tan solo 3 meses.
3 Meses que me dieron la oportunidad de cerrar capítulos, devolver en actos lo que no recibí, y reconciliarme con mis sentimientos, mi pensamiento y mis simples deseos de ordenar las cosas en un lugar justo.
Nada me costó ser quien debía ser, porque en este momento fui quien quería ser.
Palabras intercambiadas me dieron el saldo en cero. Caricias, abrazos, y besos en la frente me liberaron de una deuda que pude soltar y sentir finalmente cobrada.
Poder decir «te quiero» y recibir lo mismo en otras palabras, me dejaron con la sensación de haber terminado un libro enorme y sin vacuidad por el tiempo dedicado (quizás demasiado).
Te fuiste «mi viejo», cerraste los ojos después del agotador viaje.
Pudiste verme a tu lado sosteniendo tu mano, alimentando tu cuerpo y secando tus lágrimas de tanguero sensible (herencia que agradezco).
No hay deudas, no hay pendientes y solo la promesa de que si esa fe que te mantuvo rodando en tu último tercio de vida tiene veracidad, eso mágico del infinito, tenes que mandarme un mensaje para demostrarme que existe. Si es posible y verdadero, prometo darle una oportunidad a tu deseo de acompañar tu camino de fe.
Soy ateo, no por ignorancia, sino por deducción y mi amor a la ciencia.
Tengo fe, porque sin ver, creo en el hombre, ahora y siempre, hasta que me demuestra lo contrario, y vuelvo a creer en el siguiente.
Te quiero rendir un sentido homenaje, un hermoso duelo, un puñado de tierra, unas gotas de lluvia y un deseo de resurrección en tu fe y tus creencias.
Mientras tanto, si podes leerme, si algo de esto te llega, te cuento que estoy tranquilo… triste, pero tranquilo, y atesorando recuerdos que vienen cayendo uno detrás de otro a mi memoria.
Tus tangos, tu «risota» contagiosa, tu sentido del humor, tu picardía, y me guardo en mi cabeza la foto de la niñez cuando te veía afeitándote frente al espejito redondo, con un jarro de espuma y una brocha de cerda, mientras me hacías escuchar desde esa pequeña radio portátil colgada de un clavo de la que hasta recuerdo la marca («Ultrasonic»), a Soldán, Carrizo y otros programas «tangueros» de media mañana.
Así que estoy bien… y sabes por qué? Porque estamos a mano.